lunes, 28 de marzo de 2011

Destornilladores y manifiestos

              

      El pasado 4 de marzo publicamos un artículo en este blog, titulado “Fe”. Joan Fámenos, un viejo amigo, me comentó en privado que el texto le había parecido interesante: “Un gran conte”, me dijo. Pero añadió: “Tot i que és massa pamfletari”.
Para este Colectivo, que considera el panfletismo político como una de las peores lacras en la literatura, aquel comentario nos puso en alerta. Revisando el texto descubrimos, efectivamente, que podía confundirse con un simple alegato pro-abortista; alguien señaló que, de cierta manera, también era todo lo contrario. Lo cual nos tranquilizó, lo suficiente como para no eliminar aquella entrada. En cualquier caso, queríamos señalar que nada más lejos de nuestra intención aleccionar o realizar proclamas ideológicas; que nuestro motivo es el entretenimiento y no el convencimiento.
A cambio de la lúcida observación, le ofrecí a Joan un micro-relato, donde explicaría una de sus características más entrañables. “D’acord”, me concedió con recelo, “però sempre i quan no sigui un altre manifest pedagògic dels vostres”. Aquí va:
A Joan le gusta el bricolaje. Se pasa la semana anhelando la llegada del sábado para terminar aquella estantería, construir una barbacoa en la terraza y cambiar las persianas de los balcones. En su casa tiene herramientas de todos los tipos y usos, pulcramente dispuestas sobre un banco de trabajo, con la silueta de cada herramienta dibujada en tiza sobre la pared, como cadáveres de metal. Sólo tiene a mano, en cambio, y he aquí su característica más entrañable, los destornilladores de estrella. Ni un destornillador con cabeza de ranura plana. “No m’agraden, simplement. A casa meva vaig aprendre que un bon fuster treballa només amb tornavís d’estrella; així ho feia el meu avi, i el seu”, argumenta él, con una convicción que clausura cualquier debate al respecto. Alguna vez se le ha sugerido que de tener un único tipo, serían más prácticos los de cabeza plana, los cuáles pueden utilizarse para todos los tornillos. Pero no hay nada que hacer.
Yo sé, y este es un secreto que aquí desvelo, que Joan esconde un juego de destornilladores planos en el cajón donde guarda la ropa interior. Cuando compra un mueble con tornillos de una sola ranura, acude a ese cajón, a hurtadillas. Con remordimiento, como el niño que se masturba por tercera vez, coge uno de esos destornilladores prohibidos, lo usa, y lo vuelve a colocar bajo sus calzoncillos, jurándose que será la última vez.

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