Cierto personaje de la novela “Por
quién doblan las campanas” trata de “usted” a sus camaradas de trinchera. Uno
de los suyos le pregunta que porqué se empeña en seguir utilizando esa fórmula,
dado que, entre otros motivos, esa guerra se está librando para no tener que
volver a utilizar el “usted” con nadie. El primero le contesta que, sin
embargo, él participa en aquella revolución justo con el objetivo contrario,
para que algún día todos los ciudadanos, sin distinción de clase ni posición, se
traten de “usted” entre ellos.
En otro orden de cosas, este mes de noviembre han sido
publicados dos libros que, por diferentes motivos y como era de esperar, se han
convertido en un fenómeno editorial. Ambos títulos eran esperados por este
Colectivo desde hace años; y nos reservamos el descanso navideño para encarar
la lectura de ambas obras. Así que el tema de este texto no es el contenido de
dichos libros (que no conocemos con detalle), sino la naturaleza de los
comentarios y pareceres que ha producido su publicación. Hablamos de “La casa
de hojas” y de “Ambiciones y reflexiones”.
Del primero hay poco que decir. Un libro de culto de terror
postmoderno traducido tras más de una década de leyenda. Éxito de ventas y
arrollador consenso entre los lectores; casi todos coinciden: se trata,
efectivamente, de una obra maestra. Hemos conocido dos casos de discreta disidencia:
Rafael Díaz Santander (editor de Valdemar) y Javier Calvo (mítico traductor del
libro) comentaron abiertamente acerca de las grietas que habían detectado en
ese monumento americano.
Sobre la recepción pública en ciertos ámbitos literarios del
segundo libro al que hacemos referencia, una suerte de texto confesional
protagonizado por Belén Esteban, habría mucho más que escribir. Barricadas
enteras habría que escribir sobre este caso. Nos limitaremos a hacer pública
nuestra estupefacción hacia la oleada de clasismo putrefacto que ha provocado “Ambiciones
y reflexiones”. Gente que ha ridiculizado a los cientos de miles de compradores
del libro; o (en el peor de los casos) ha mostrado un paternalismo y una
condescendencia absolutamente despreciable. Estos críticos espontáneos (muchos
de ellos provenientes de una minoritaria élite literaria o intelectual),
además, son defensores habituales de la cultura popular pretérita, del uso del
pop, abogan por el rescate del folletín y por la necesidad del drama. E,
incluso, desprecian a los dinosaurios elitistas que en su momento no supieron
reconocer la genialidad de todas esas obras populares y de derribo. Si de
verdad dispusieran de algún sentido de la tragedia y del esperpento, algún
gusto por la auténtica cultura popular, si realmente no tuvieran un cadáver en
la boca, no les sería difícil comprender el complejo y extraordinario personaje de no-ficción que resulta
ser Belén Esteban. Y entenderían por que hacemos colas a cientos por conseguir
el libro sobre su infernal vida; y hasta podrían compartir dicho gusto, o, al
menos, respetarlo. Pero no es así, y es que están llenos de ruinosa aristocracia.
A ellos les decimos: esta es nuestra cultura popular, y
vosotros sois los dinosaurios.
Además de lo descrito en estas líneas, hay un algo en el aire, bastante generalizado, que considera de mal gusto el llegar a la ficción a través de la realidad. Así, todo lo que no sea querer llegar a la realidad a través de una ficción, en lo escrito, parecería que huele a sudor, a pobre, a esa otra clase/estrato repudiado. Cuando ambos camino son exactamente el mismo.
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