jueves, 16 de junio de 2011

Entrevista a Tom Z. Stone

      Retrato del entrevistado, por Alejandro Colucci
             Incluida en la portada del libro Tom Z. Stone      

            El caso fue noticia a nivel estatal, hará cosa de un año, sobre todo por la implicación de Louis Niceman, criminal conocido como el Gran Louie, y que manejaba gran parte de los asuntos turbios de los bajos fondos valencianos. Pero, los periódicos también exhibieron su sensacionalismo habitual destacando la condición de reanimado [un “zombi”, se atrevían a explicitar algunos reporteros amarillistas] del detective que destapó la trama: Thomas Z. Stone.
Ahora, Tom Z. [con la colaboración a los teclados de J.E Álamo] acaba de publicar una crónica de aquel caso, en la editorial Dolmen, con su nombre como título: “Tom Z. Stone”. El libro resulta de una lectura hedónica y trepidante; una suerte de versión pulp de las novelas de Hammet; o una novelización de las crónicas sobre Sin City que Frank Miller publicó en los noventa
Nos hemos acercado a Valencia para realizar una entrevista a Tom con motivo de tan brillante publicación. Nos hizo un breve hueco en su agenda [a las 3 de la madrugada], citándonos en uno de sus habituales bares. Tom llegó algo ebrio, pero puntual, y nos sentamos en la única mesa del pequeño establecimiento; mientras los parroquianos compartían confesiones, humo y alcohol con Paco, el dueño. Estas fueron las pocas palabras que pudimos compartir con Tom Z. Stone:

En primer lugar, ¿a qué es debido tu nombre anglosajón?
A que lo soy, amigo. Anglosajón hasta la médula del alma y orgulloso de serlo.

¿Cómo recuerdas el día FR [día del Fenómeno de Reanimación]?
Fue un día miserable. Uno de profunda sensación de pérdida. Todavía me paso las noches intentando recordar si había... No creo que me apetezca hablar demasiado sobre eso.

¿Cómo conociste a J.E Álamo? ¿Estás satisfecho de vuestra colaboración?
En la barra de este mismo bar, al que llaman el Piojoso en el barrio. Me pidió fuego, se lo di y comentamos un par de tonterías. Me cayó bien y yo a él. Pasamos a compartir orujo blanco y anécdotas. Poco a poco me fue haciendo preguntas y al final me pidió permiso para escribir sobre mis andanzas. Se lo di. Estaba tan pedo que le hubiera dado un beso de habérmelo pedido... Pero el libro no está mal y el Joe este es un tío legal.

Según se muestra en el libro, eres capaz de bromear en situaciones de máximo riesgo. ¿Temes volver a morir? ¿Te angustia la infranqueable llegada del proceso terminal?
Miedo tengo a quedarme solo; solo y sin tabaco. En cuanto a lo de terminal, tengo un pacto con Mati, mi secretaria: el día que me vea hacer el chorra, me vuela la cabeza y punto.

Una de las historias de reanimados que más me impresionó, incluida en el libro, es la que te explicó un tal Miguel, acerca de su madre y su obsesión por el orden, ¿querrías explicarla brevemente para nuestros lectores?
Miguel fue un tipo al que también conocí aquí. Lo he vuelto a ver un par de veces, pero apenas pasa de saludarme con un gesto. No es un tipo muy hablador excepto aquella noche. Todos tenemos fantasmas, pero el de Miguel es uno muy poderoso. Su madre era una artista frustrada y la mujer tenía que desahogarse de alguna manera. El final es terrorífico y triste. Me dio que pensar.

¿Estás trabajando en algún caso destacado en la actualidad? ¿Nos puedes contar algo acerca de ello?
El comisario Garrido me ha pedido un favor. Garrido es un amigo, uno de los buenos, y por eso he aceptado. Porque el caso es la leche; quiere que encuentre al hijo del reverendo Manfredo Blanco-Alcázar. La cuestión es que el hijo del reverendo es un reanimado al que su propio padre devolvió a la tumba y ahora ha descubierto que el chico se ha largado y... No puedo contarte más, pero es una mierda, una mierda grande y apestosa. Te dejo, amigo. Quizás volvamos a hablar en otra ocasión. Gracias por el trago.

Al despedirse me prometió concederme la publicación en este blog de un avance de la narración de su nuevo caso; que J.E Álamo ya anda escribiendo bajo el título de Tom Z. Stone II. Let it be.

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