[ilustración de Dan Hillier, no incluída en el libro aquí reseñado. Puede consultarse la obra de Dan en su web: www.danhillier.com] |
Con motivo de nuestro aniversario, un amigo del Colectivo que vive en Nueva York nos hizo llegar un libro. Al parecer lo compró en la Strand Book, de Broadway con la 12ª. Es una librería inmensa [“18 miles of books” asegura en su publicidad], formada por un sótano y 3 plantas repletas de libros. Explica F.G que halló el libro en la 3ª planta, allí donde se exponen las ediciones de coleccionista. Vio una primera tirada de “Leaves of Grass” o una versión ilustrada del “Eve’s diary” de Mark Twain. El elegido por F.G, en cambio, fue una edición original perteneciente a la serie “Worm Stories”: una línea de literatura pulp de los 40. F.G dice que el ejemplar no era nada caro; en cambio, de igual manera, lo escoltaron tres libreros hasta la caja y lo atendieron directamente, saltándose la cola de compradores, para pagar aquel estrambótico título: “The great dough of the population”, de Simon Lepianc y publicado en 1949.
Dejando de un lado el ánimo fetichista, el libro nos ha cautivado por su contenido. Resulta una apasionante precursora de las novelas de zombies o una visionaria distopía acerca de las redes sociales contemporáneas [además de evocar la trama de la película “The human centipede” (2010) o del juego infantil “retauva”].
Las primeras 70 páginas [de las 96 totales] están dedicadas a contextualizar el mundo futurista donde se desarrolla una pausada trama, que estallará en el tramo final de la novela. Es el año 2022, y la sociedad post-industrial ha alcanzado tal nivel de capacidad productiva que satisface prácticamente todas las necesidades de sus habitantes; la única escasez grave [pero determinante] es la falta de espacio. Los metros cúbicos libres se han convertido en el bien más preciado. No quedan ya huecos en los continentes ni en los mares, los edificios son rascacielos que alcanzan la estratosfera: el mundo es un bloque inmenso de cemento. Las calles son pasadizos estrechos, absolutamente todos los hogares parecen armarios víctimas del síndrome de Diógenes. Se duerme de pie. Para producir descendencia se debe pagar el futuro espacio que ocupará el descendiente hasta que cumpla los 18; muy pocos pueden permitírselo. Los ricos, que compran m3 a los pobres, hacen alarde de fortuna engordando brutalmente, coleccionando maletas vacías o jugando al hula hoop; los más necesitados se mutilan extremidades para ganar espacio y realizar trueques.
En ese contexto, una mutación se extiende por los Estados Unidos, las consecuencias son fatales: las víctimas atraen y se funden con la gente de su alrededor, quedando enlazados como hermanos siameses [ver ilustración que abre esta entrada]. Las últimas 26 páginas constituyen una constante sucesión de incipientes imágenes erótico-gores. Los corpúsculos humanos aumentan en número, exponencialmente; los pocos supervivientes a la epidemia se ven acechados y rodeados por una masa unida por los brazos, y las bocas, y las pollas, y los anos, y las piernas. Una red de carne, órganos y huesos que alcanza quilómetros y responde a una única voluntad: atraer más humanos.
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