[ilustración realizada por Xero Fernández] |
Colectivo juan de madre
ama a Stephen Hawking.
Stephen Hawking (S.H) es
una suerte de mad doctor de película de serie B. Su cuerpo desvalido está
incrustado en una máquina mediante la cual camina y habla. S.H es solo
pensamiento. Un pensamiento extraño, alejado del canon científico. Tanto la
mente como el cuerpo de S.H habitan el margen. S.H es un científico Punk.
Afirma poseer, por
ejemplo, la demostración matemática de la inexistencia de Dios.
Antes, anunció conocer el
método para construir una máquina del tiempo.
Ya en la década de los
70, alcanzó la fama con una hipótesis polémica: existen, dijo, unos agujeros
negros que desgarran el tejido del universo y engullen toda materia que se
interponga a su paso, incluida la luz. La teoría alzó las sospechas de la
comunidad científica: según su propia definición, los agujeros negros eran
indetectables. Ningún método directo podía demostrar su existencia. Por lo
tanto, la hipótesis de S.H se presumía de naturaleza acientífica.
Pero S.H señaló la manera
de comprobar la veracidad de su propuesta, les dijo a los cosmólogos que
dejaran de mirar directamente las galaxias, y se fijaran por un instante en la
oscuridad. Alrededor de esa nada, les dijo, veréis que los cuerpos celestes
bailan; atraídos y manejados por el más absoluto vacío. Esa nada, que maneja el
devenir de los movimientos de las constelaciones, son los agujeros negros.
Fue una teoría conceptualmente
revolucionaria. Pareja al acto de exponer un retrete en un museo, o a la de
componer una partitura con cuatro minutos y treinta y tres segundos de
silencio. Atender el margen, ocuparse de aquello que camina por la frontera de
lo pensable, pero que maneja nuestros pensamientos.
Ahora entendemos que
nuestra vocación principal durante la escritura de “La insólita reunión…” fue
la de dar noticia de la existencia de un inmenso agujero negro en la historia
de nuestra ciudad y de nuestra historia de la ciencia:
dar voz al olvidado físico
toledano Ricardo Zacarías.
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