martes, 26 de octubre de 2010

Apariciones

         He advertido un fenómeno extraño, incluso debo calificarlo de terrible, que probablemente sólo me suceda a mí; seguro, de hecho, seguro que sólo me sucede a mí. La primera vez, hace cosa de un mes, fue leyendo “Staten Island”. Cuando uno lee un libro, sus ojos se centran en el enfoque de las páginas del libro, concretamente en las palabras impresas; pero, fuera de campo, desenfocado, queda el resto del mundo, todo aquello que está fuera del libro. Estaba tumbado en el sofá de mi estudio, leyendo la última obra de Nersesian, cuando, de repente, intuí una persona que me observaba desde el fondo de la estancia. Esa primera aparición ni siquiera me causó espanto, tan solo retiré la vista del libro para comprobar que allí no había nadie; supongo que lo asumí como algún tipo de efecto óptico.
Las consecuencias de la segunda aparición fueron distintas. Una noche de insomnio empecé la lectura de una biografía de Arthur Cravan. Entonces, junto al armario, entreví una figura gris. Me asusté. Al fijar mi vista en esa presencia, la figura desapareció. Intenté continuar con el libro, buscando calmar el ánimo. Otra vez estaba allí; seguí la lectura, mirando de soslayo a esa persona. Me pareció una anciana de no más de metro y medio, vestida con un traje gris. Siempre que procuraba mirar directamente la imagen, ésta se desvanecía. Tiré el libro contra la pared; me amaneció, sin dormir, en el sofá.
Me ocurre cada vez con más frecuencia. Bueno, ahora ya no tanto, casi he abandonado el hábito de la lectura. Puede darse en soledad o en público; en el metro, por ejemplo, la figura vigilante se mezcla entre el resto de pasajeros, mirándome con fijeza. He comprobado que la persona aparecida cambia según el libro que leo; en ocasiones, como dije, una anciana, otras un niño, un hombre vestido de mecánico, un enfermero de un psiquiátrico, una peluquera. Incluso hice por entablar una conversación, para convencerles de que me dejaran en paz; nadie respondió.
Miro los libros en las estanterías de mi casa y me causan pánico. Sus lomos desgastados, sus páginas cerradas, que simulan inocencia, están plagadas de espantos. Ayer tarde veía “Sálvame”, lloraba con la conexión telefónica de la madre de Raquel Bollo; pues, un metro y medio a la derecha del televisor, vislumbré una figura que me observaba. Por primera vez en mi vida, considero la posibilidad del suicidio.

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