No creí en la existencia del punto G hasta que conocí a R. Había oído en algún programa de televisión que los hombres tenemos ese rincón anatómico en la próstata, solo alcanzable por el conducto anal. Sin entrar en detalles innecesarios, y huyendo de las generalizaciones, me limitaré a exponer mi caso: siéndome realmente placentera la penetración, no he hallado un lugar más erógeno en todo mi cuerpo que mi pene. Tampoco se lo he encontrado a ninguno de mis amantes, hombres o mujeres [no han sido demasiados, lo admito, pero exploré sus cuerpos como tierras sin cartografiar]. Hasta que conocí a R., fue hace una década, y estuvimos juntos durante unos ocho meses. La primera vez que nos acostamos ni siquiera me advirtió; simplemente, mientras se desvestía sacó un despertador de su mochila. Era uno de aquellos viejos despertadores metálicos y analógicos, que colocó con cuidado sobre la mesa de noche. Iniciamos las caricias, y demás lugares comunes del sexo, pero en el momento próximo al éxtasis R. cogió el despertador y me lo llevó a la mano derecha, diciéndome al oído: “Acaricia su pata”. Procuré no mostrar sorpresa, e intenté obedecer su deseo. “Esa no, la izquierda”, me corrigió. Y, al acariciar aquella pequeña pata metálica, R. empezó a jadear, alcanzando un estallido orgásmico en pocos segundos.
Con absoluta normalidad me lo explicó a la mañana siguiente: “Mi punto G está en ese viejo reloj… lo encontré en un anticuario del Gótico”. Debido a mi ánimo científico, durante el tiempo que estuvimos juntos hice algún experimento. Sin advertirle, por ejemplo, lamía la pata del despertador cuando R. estaba en otra estancia; en pocos instantes, se escuchaban las consecuencias sonoras de su orgasmo distante.
Una mañana desapareció el reloj de la mesa de noche, con él se marchó R. Nunca he vuelto a saber de ellos. Pero, desde entonces, recorro las tiendas y anticuarios de la ciudad acariciando con disimulo los objetos expuestos, a ver si descubro mi punto de Grafënberg.
[Aquí una foto que guardo del punto G de R.; señalé con un círculo el lugar concreto]
Genial el relato! joder...
ResponderEliminarYo, con toneladas de porno a mis espaldas, en mis retinas, hace años que follo con el pene de otro (quien se acuesta conmigo creo que también), y lo interesante es que llegó al orgasmo igualmente.
A la que me lea el relato dos veces más me empezaré a mirar los despertadores, con los que ya había perdido todo contacto, de otra forma.
Esta muy bien eso de alcanzar el orgasmo con el pene del otro!
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