Me naciste a trozos

          El recién nacido es prácticamente idéntico a cualquier otro recién nacido. Tan solo destacan dos particularidades. La más evidente son esas líneas finas, oscuras, que rodean ciertas partes de su pequeño cuerpo: alrededor del cuello, perfilando los ojos, en el pliegue tras las orejas, recorriendo sus muñecas o las ingles. Son finas cicatrices que serán imperceptibles en cuestión de meses, o así lo afirman los médicos que siguen el caso. La segunda particularidad es la ausencia del dedo anular de su mano izquierda. El hueco es perfecto, como si el dedo aún estuviera ahí, pero resultase invisible al ojo humano.

La madre del niño, Silvia Gutiérrez Salva, de 31 años, dice que llegó a ver aquel dedo, flotando entre sus orines, justo cuando vació la cisterna del urinario. En la segunda ocasión, al descubrir un dedo pulgar de bebé hundido en el wáter, lo rescató, lo lavó, y lo guardó en la nevera, en la zona reservada a los huevos. Días después, mientras se vestía, un globo ocular se escurrió de su vagina y cayó al suelo, revotando contra el piso como una canica de vidrio. Lo colocó junto al dedo pulgar.

Después llegó la oreja derecha, el hígado, el bazo, un pene [“es niño”, se dijo Silvia entonces], un incisivo de leche, y etcétera. Cuando consideró que había completado un cuerpo entero, lo metió en una bolsa del Condis para llevarlo al hospital.

Los médicos lo operaron de urgencia, recomponiendo un recién nacido perfecto, que lloró como lloran los niños que acaban de nacer ya enteros.