lunes, 4 de junio de 2012

Las piernas del limpiabotas

A poliket, otra vez, ya que se ha declarado fan de M., y parece que lo será de P.


Escena 1:
C. [el limpiabotas de la anterior entrada] explica que perdió las piernas en unas maniobras durante el servicio militar. Un trozo de metralla se le clavó en el muslo izquierdo, que acabó gangrenando. Operado de urgencia, C., que jamás pierde el sentido del humor, le aseguró al cirujano que la pierna enferma era la derecha. Justo antes de dormirse a causa de la anestesia general, C. confió en que el cirujano se miraría el informe médico antes de operar, no fue así: despertó con las 2 piernas mutiladas. O, por lo menos, así lo explica C. a todos aquellos clientes de las Ramblas que le consultan sobre su minusvalía mientras él le da lustre a sus zapatos.
C. guarda en casa sus 2 piernas disecadas. Las conserva desnudas en una vitrina de vidrio. Además, tiene una veintena de pares de zapatos, con los que calzar sus antiguos pies. Los zapatos los compra idénticos a los utilizados por sus clientes favoritos. Su predilecto es un gasolinero grandote y extraño, que acude una vez a la semana [siempre lunes o jueves] vestido con traje y corbata pero calzado con unas viejas botas militares. Le gusta especialmente limpiar las botas de aquel hombre porque intuye que los pies del gasolinero esconden algún tipo de milagro. Tras varias décadas de oficio, C. sabe distinguir bien esos asuntos. Apenas habla con M., que es el nombre de aquel asiduo cliente, pero está convencido que ambos comparten con satisfacción ese rato semanal.
Algunas noches, en casa, C. saca de la vitrina sus 2 piernas, y las calza con unas viejas botas militares. Da lustre al cuero durante horas, a veces le amanece así, mientras imagina que aquellas nunca fueron sus piernas.  

Escena 2:

Cuando era pequeño me crucé con un hombre que caminaba
con una pierna de carne en un lado
y una pierna de palo en el otro
y decidí restablecer su equilibrio
arreando un puntapié en uno de los lados.
Si pateo la pierna de palo hasta quebrarla, pensé,
el cojo tendrá que salir en busca de madera.
Si pateo la pierna de carne hasta cansarme, pensé,
el cojo tendrá que salir en busca de madera.
Y entendí que para un hombre con una sola pierna,
salir en busca de madera supone un esfuerzo formidable.
Y entendí que no se puede ser un hombre a medias,
que las piernas son algo que Dios haya creado
para existir en número impar.
Lo que no entendí es que se pueda vivir
con una pierna de palo y una pierna de carne.
Así que revisé todo lo que había entendido
y tomé la siguiente resolución:
yo mismo iría a por madera.
Al día siguiente volví al mismo lugar
con dos maderos de paloborracho.
Y cuando me crucé con el hombre que caminaba
con una pierna de carne en un lado
y una pierna de palo en el otro,
le ofrecí los maderos. Y después
le di un puntapié en cada pierna. Y después
me senté a su lado,
y me puse a hablar de Dios.

Del libro "Cristo en Uyuni", por Javier Palencia


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