jueves, 14 de febrero de 2013

15 de febrero 2013

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Hoy es 15 de febrero de 2013.
El 15 de febrero de 1872 nació Guillermo Zacarías, hermano menor del célebre científico Ricardo Zacarías. Hoy hace 141 años.
El 15 de febrero de 1916, el científico Ricardo Zacarías desapareció. Abandonó su casa de Barcelona, y jamás se volvió a saber de él. Hoy hace 97 años.
El 15 de febrero de 1921, se cometió un irresoluble crimen en la habitación 202 del neoyorquino Hotel Chelsea. Hoy hace 92 años.

Al iniciar la investigación que desembocaría en el libro “La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías”, supimos que irremediablemente debíamos acudir a aquella habitación 202, pisar aquel suelo y tocar sus paredes. Escribimos a Stanley Bard, el que había sido director del hotel durante 50 años y había dado cabida a varias generaciones de artistas pobres y desterrados. Cuando nos pusimos en contacto, Stanley ya no dirigía el Hotel Chelsea, pero supusimos que aún tendría cierta capacidad de influencia sobre los nuevos dueños. Le explicamos el extraño caso que estábamos investigando, también la extravagante pero férrea hipótesis que barajábamos como respuesta al misterio de su habitación 202. Stanley quedó entusiasmado y nos garantizó un hueco en dicha estancia, durante algún mes del 2008. En el correo de respuesta redactó muchos párrafos acerca de su antiguo hotel, palabras nostálgicas y alucinadas, donde advertía: “los nuevos dueños/mafiosos tirarán el edificio abajo, pero no por cuestiones económicas sino de cobardía. Ese lugar está repleto de presencias extrañas, fantasmas, y ellos están acostumbrados a matar, pero no a tratar con muertos”.
Pasamos el mes de julio alojados en esa habitación 202, acudiendo a las hemerotecas de la universidad de Nueva York, a los archivos de la Pierpont Morgan Library y etcétera. Pero cada vez que regresábamos al hotel, nos servía para confirmar las palabras de Stanley. Su aire, sus suelos, sus paredes, vibraban con una frecuencia rara. Alguien nos invadía el sueño. Ese edificio fue habitado por Mark Twain poco antes de ser recogido por un asteroide; también residió Dylan Thomas en sus últimos días de vida; William Burroughs hizo uso del cut-method en sus estancias, esa técnica literaria con la que construir máquinas del tiempo blandas; Andy Warhol filmó a sus Chelsea Girls; Sid Vicius mató a su Nancy. Y, además, un hombre sin brazo apareció acribillado el 15 de febrero de 1921.

Sin azar, llevábamos con nosotros, para pasar ese mes, libros de Marcel Duchamp, de William Blake, Greil Marcus, Alan Moore, David Lynch, acerca de Enriqueta Martí, Iván Zulueta, o la alquimia, también discos de Manos de Topo, Nico, Psychic TV, Violeta Gómez, Internet 2, Suicide, Joe Crepúsculo o John Cage. Leíamos en voz alta, hipnotizados. Grabábamos nuestras voces, las mezclábamos con canciones, construíamos loops eternos, y así invocábamos las fuerzas vorticiales de ese hotel maldito. Comprendimos que aquel era un lugar mágico, en el sentido literal y pleno de la palabra. El centro de una espiral que había atraído hacia sí, a lo largo del siglo XX, todos aquellos creadores que aborrecían la victoria, seres que aspiraban al fracaso como único signo de éxito.
No nos quedó ninguna duda, si alguien tuvo que ser abducido por un sitio así, ese tenía que ser nuestro Ricardo Zacarías.

En julio del 2011, una vez terminada la investigación y el libro, regresamos al hotel. Era la última semana antes de su cierre, como predijo Stanley Brad los nuevos dueños iban a remodelar todo el bloque. Volvimos a alojarnos en su habitación 202.  Esos días, por los pasillos nos encontrábamos a burócratas y arquitectos con planos desplegados en sus manos, pactando como tirar abajo esas paredes, y deshacerse de una vez por todas de las fuerzas invisibles que ocupaban el sitio.
Finalmente, nosotros fuimos los últimos habitantes físicos de la 202.
Hasta hoy.
Hoy, 15 de febrero de 2013, una de las ramificaciones de este Colectivo, habitante de Nueva York, acudirá al Hotel (que aún no inició las obras) con un radiófono y con las cintas que grabamos allí en julio del 2008. Dejará el aparato en marcha, con la opción de repetición, en el centro de la estancia, y huirá. Durante varias horas, mientras duren las baterías, el lugar se llenará de ecos, de arritmias. 
Las paredes seguirán vibrando, como siempre, y los muertos celebrarán una vez más su fracaso. 
Que también es el nuestro.         

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